El joven no dijo nada más. La acarició tan largamente en los labios de la hendidura de la vulva que O empezó a jadear hasta perder el aliento.
Después de haberse hundido en ella, el joven cambió la vulva por el ano, pronunciando en voz muy baja: “O”.
Ella sintió que se cerraba en torno de aquella estaca de carne que la empalaba y la hacía arder.
Historia de O
Pauline Réage Fragmento