Los Ángeles son nuestros:
son nuestras alas rotas;
son las anclas dormidas
sobre lechos de herrumbres,
en la raíz penosa de la tierra.
Es nuestra voz de niebla
y de distancia:
-esa que no pudimos usar en el instante
de elegir el camino marinero.
Los ojos de los Ángeles
no duermen:están en nuestras órbitas
salobres buscando el necesario reverso de la luz.
Y sus labios sumisamente eligen
las palabras que nombran la morada del sueño.
Sus manos son jazmines sellados de silencio,
junto a una cruz de nieve, eterna y pura
Delfina Acosta