Una vez en la bañadera, aquella noche de tempestad, desprenderme de
los ojos la imagen obsesiva del espejo, en momentos en que ya
el agua resbalaba por mis carnes, las penetraba como una reconfortante
cura oclusiva que me inspiraba otro género de voluptuosidad,
cosquilleante voluptuosidad que me compelía a compenetrarme
con el elemento multiforme que me rodeaba, que
me acariciaba, que me poseía en un abrazo resbaladizo listo siempre
a reproducir, de una manera lujuriosa y yo diría que pérfida,
el contorno de mi cuerpo súbitamente laxo y placentero,
apto ahora para sólo pensar en él.
La tejedora de coronas
Germán Espinosa
- fragmento : pg 14-
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