En las mansas corrientes de tus manos y en tus manos que son tormenta en la nave divagante de tus ojos que tienen rumbo seguro en la redondez de tu vientre como una esfera perpetuamente inacabada en la morosidad de tus palabras veloces como fieras fugitivas en la suavidad de tu piel ardiendo en ciudades incendiadas en el lunar único de tu brazo anclé la nave. Navegaríamos, si el tiempo hubiera sido favorable.
Poseeremos lechos colmados de aromas Y, como sepulcros, divanes hondísimos E insólitas flores sobre las consolas Que estallaron, nuestras, en cielos más cálidos.
Avivando al límite postreros ardores Serán dos antorchas ambos corazones Que, indistintas luces, se reflejarán En nuestras dos almas, un día gemelas.
Y, en fin, una tarde rosa y azul místico, Intercambiaremos un solo relámpago Igual a un sollozo grávido de adioses.
Y más tarde, un Ángel, entreabriendo puertas Vendrá a reanimar, fiel y jubiloso, Los turbios espejos y las muertas llamas.