lunes, 19 de junio de 2017

Te quiero sin motivos y también por mil razones"...

La voz en la niebla



Los Ángeles son nuestros:
 son nuestras alas rotas;
son las anclas dormidas 
sobre lechos de herrumbres,
en la raíz penosa de la tierra.
Es nuestra voz de niebla
 y de distancia:
-esa que no pudimos usar en el instante
de elegir el camino marinero.
Los ojos de los Ángeles 
no duermen:están en nuestras órbitas
 salobres buscando el necesario reverso de la luz.
 Y sus labios sumisamente eligen
las palabras que nombran la morada del sueño.
Sus manos son jazmines sellados de silencio, 
junto a una cruz de nieve, eterna y pura

Delfina Acosta

miércoles, 14 de junio de 2017

En la despedida


[it's  Snowing by Apelaths]

Hay una palabra que queda
 sin terminar de pronunciarse; 
no con la boca,
 si no con el alma,
esa en la que se nos va un suspiro ,
 un suspiro al filo de abismo, 
suspendido 
y que se hace ovillo en nuestro corazón 
© MaRía




(lo dejé en la casa de Gó y me gustó)

Folky


Donde hubo fuego, hubieron bailes, 
hubieron cantos y topo tipo de rituales. 


Hubieron cuentos y hubo historias 

sobre tragedias y comedias épicas, y glorias. 


Donde hubo un fogón habrá guitarra, 

donde hubo sol cantó la cigarra, 

y de las cenizas, una canción renacerá. 


Un poco folky, folk you, folk me, folky. 

Un poco folky, folk you, folk me.


[con Pity Alvarez]


martes, 13 de junio de 2017

Entre la llovizna


Hay historias que nacieron
para ser bailadas, 
 para no ser contadas.
historias que anidan
en los senderos del alma
Hay historias
que no se cambian por
nada.

© MaRía



lunes, 12 de junio de 2017

Pérfida humedad

            

                   Una vez en la bañadera, aquella noche de tempestad, desprenderme de los ojos la imagen obsesiva del espejo, en momentos en que ya el agua resbalaba por mis carnes, las penetraba como una reconfortante cura oclusiva que me inspiraba otro género de voluptuosidad, cosquilleante voluptuosidad que me compelía a compenetrarme con el elemento multiforme que me rodeaba, que me acariciaba, que me poseía en un abrazo resbaladizo listo siempre a reproducir, de una manera lujuriosa y yo diría que pérfida, el contorno de mi cuerpo súbitamente laxo y placentero, apto ahora para sólo pensar en él.





La tejedora de coronas
Germán Espinosa 
 - fragmento : pg 14-

Novela completa :  aquí


domingo, 11 de junio de 2017

Tormenta de arena [2]

    




      A veces, el destino se parece a una pequeña tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar. Tú cambias de rumbo intentando evitarla. Y entonces la tormenta también cambia de dirección, siguiéndote a ti. Tú vuelves a cambiar de rumbo. Y la tormenta vuelve a cambiar de dirección, como antes. Y esto se repite una y otra vez. Como una danza macabra con la Muerte antes del amanecer. Y la razón es que la tormenta no es algo que venga de lejos y que no guarde relación contigo. Esta tormenta, en definitiva, eres tú. Es algo que se encuentra en tu interior. Lo único que puedes hacer es resignarte, meterte en ella de cabeza, taparte con fuerza los ojos y las orejas para que no se te llenen de arena e ir atravesándola paso a paso. Y en su interior no hay sol, ni luna, ni dirección, a veces ni siquiera existe el tiempo. Allí sólo hay una arena blanca y fina, como polvo de huesos, danzando en lo alto del cielo. Imagínate una tormenta como ésta

Fragmento de Kafka en la orilla

Haruki Murakami 

viernes, 9 de junio de 2017

Milonga de dos hermanos



Traiga cuentos la guitarra
de cuando el fierro brillaba,

cuentos de truco y de taba,
de cuadreras y de copas,
cuentos de la Costa Brava
y el Camino de las Tropas.

Venga una historia de ayer
que apreciarán los más lerdos;
el destino no hace acuerdos
y nadie se lo reproche
ya estoy viendo que esta noche
vienen del Sur los recuerdos.

Velay, señores, la historia
de los hermanos Iberra,
hombres de amor y de guerra
y en el peligro primeros,
la flor de los cuchilleros
y ahora los tapa la tierra.

Suelen al hombre perder
la soberbia o la codicia:
también el coraje envicia
a quien le da noche y día
el que era menor debía
más muertes a la justicia.

Cuando Juan Iberra vio
que el menor lo aventajaba,
la paciencia se le acaba
y le fue tendiendo un lazo
le dio muerte de un balazo,
allá por la Costa Brava.

Así de manera fiel
conté la historia hasta el fin;
es la historia de Caín
que sigue matando a Abel.

Jorge Luis Borges

jueves, 8 de junio de 2017

Turbación

            
[Photo by Kathy Santelli]

    El sentía el aletear de mariposa de los párpados de ella, y el cosquilleo de sus pestañas curvas. Dentro del camarín de tela, los envolvía suavemente el calor mutuo que se prestaban: las manos, al sujetar bajo la barbilla la orla del vestido, se entretejían, se fundían como si formasen parte de un mismo cuerpo. Al fin el mancebo fue aflojando poco a poco el brazo y la mano, y ella apartó cosa de media pulgada el rostro. 

      La tela, deslizándose, cayó hacia atrás, y quedaron descubiertos, agitados y sin saber qué decirse. Llenaba la gruta el vaho poderoso de la robusta vegetación semi-palúdica, y el sofocante ardor de un día canicular. Fuera, seguía cayendo con ímpetu la lluvia, que tendía ante los ojos de la pareja refugiada una cortina de turbio cristal, y ayudaba a convertir en cerrado gabinete el barranco donde con palpitante corazón esperaban niña y muchacho que cesase el aguacero.


                               No era la vez primera que se encontraban así, juntos y lejos de toda mirada humana, sin más compañía que la madre naturaleza, a cuyos pechos se habían criado. ¡En cuántas ocasiones, ya a la sombra del gallinero o del palomar que conserva la tibia atmósfera y el olor germinal de los nidos, ya en la soledad del hórreo, sobre el lecho movedizo de las espigas doradas, ya al borde de los setos, riéndose de la picadura de las espinas y del bigote cárdeno que pintan las moras, ya en el repuesto albergue de algún soto, o al pie de un vallado por donde serpeaban las lagartijas, habían pasado largas horas compartiendo el mendrugo de pan seco y duro ya a fuerza de andar en el bolsillo, las cerezas atadas en un pañuelo, las manzanas verdes; jugando a los mismos juegos, durmiendo la siesta sobre la misma paja! ¿Entonces, a qué venía semejante turbación al recogerse en la gruta?  

                            Nada se había mudado en torno suyo; ellos eran quienes, desde el comienzo de aquel verano, desde que él regresara del instituto de Orense a la aldea para las vacaciones, se sentían inmutados, diferentes y medio tontos. La niña, tan corretona y traviesa de ordinario, tenía a deshora momentos de calma, deseos de ociosidad y reposo, lasitudes que la movían a sentarse en la linde de un campo o a apoyarse en un murallón, cuyo afelpado tapiz de musgo rascaba distraídamente con las uñas.

                         A veces clavaba a hurtadillas los ojos en el lindo rostro de su compañero de infancia, como si no le hubiese visto nunca; y de repente los volvía a otra parte, o los bajaba al suelo. También él la miraba mucho más, pero fijamente, sin rebozo, con ardientes y escrutadoras pupilas, buscando en pago otra ojeada semejante; y al paso que en ella crecía el instintivo recelo, en él sucedía a la intimidad siempre un tanto hostil y reñidora que cabe entre niños, al aire despótico que adoptan los mayores y los varones con las chiquillas,un rendimiento, una ternura, una galantería refinada, manifestada a su manera, pero de continuo. 

                     Ayer, aunque inseparables y encariñados hasta el extremo de no poder vivir sino juntos y de que les costase todos los inviernos una enfermedad la ausencia, cimentaban su amistad, más que las finezas, los pescozones, cachetes y mordiscos, las riñas y enfados, la superioridad cómica que se arrogaba él, y las malicias con que ella le burlaba. Hoy parecía como si ambos temiesen, al hablarse, herirse o suscitar alguna cuestión enojosa; no disputaban, no se peleaban nunca; el muchacho era siempre del parecer de la niña. 

                Esta cortedad y recelo mutuo se advertía más cuando estaban a solas. Delante de gente se restablecía la confianza y corrían las bromas añejas.

Fragmento de La madre naturaleza; Dña Emilia Pardo Bazán

miércoles, 7 de junio de 2017

Entre punzada y puntada

Entre punzada y puntada 
me declaro loca, demente ... [in]Sana
que pedalea bajo la lluvia 
que grita por las ventanas.

Entre puntada y punzada 
soy sirena con tacón de aguja
que aúlla en las madrugadas
loba fiel que clava sus dientes 
si la atacan los cobardes 
o algún tal caballero insolente.

Que si soy sirena,
el mar es mi mundo,
y es que mi canto se escucha
 en noches insomnes
y mi grito, mi desgarro
quien osó sencillamente
ultrajarlo.

Sí soy sirena 
mujer con tacón de aguja
aire, fuego, agua, tierra
soy mujer 
y no una mujer ...
...cualquiera
© MaRía
[Photo : Krakow by Adamus Hubert]


Los locos corren
por el pasto sin gritos
por la pradera venenosa
y por la piel, entre la luna.

Y los locos giran
sin temor al mareo.
De la casa al árbol,
de la ayuda al horror.

Cuando uno de los locos hable,
los cuerdos, retozando en la penumbra,
oirán el ruido
y verán las verdades.

Los locos que parecen aprisionados
por la muerte selecta del escándalo
tienen pechos rugosos
y bordeados de lumbre.

Y los locos lo saben.

Desde su atónito lenguaje,
por intersticios de meninges espectaculares,
los locos se precipitan
a paralizar el mundo de la muerte.

Aunque más no sea,
para sentarse a llorar.

No hay soles en sus días
Y en sus noches
sobreviven los colores de un ojo que no los ha deseado.

Por eso,
y porque la ventosa de fuego
rebalsa de temor
ante la fantasía de los sanos;
el obturador de los locos está presto
como una lanza.

Y al perforarnos de una vez
con una certera puntada entre la vida y el cielo


Los locos - Luis Alberto Spinetta
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